Esta entrada es la continuación natural del punto ocho de Ocho parecidos razonables entre la religión católica y la ciencia [escrita en mayo de 2010].
Hay una parte dentro de "Así habló Zaratustra" que Nietzsche encabeza con el título "Los que desprecian el cuerpo" en la que se pueden leer las siguientes sentencias:
Esto es lo que tengo que decir a los que desprecian el cuerpo. No quiero que cambien de opinión y de doctrina, sino tan sólo que se despidan de su cuerpo, y que, de este modo, se callen para siempre.
[...]
El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.
[...]
Detrás de tus pensamientos y de tus sentimientos, hermano, hay un amo poderoso, un sabio desconocido, que se llama sí mismo. Habita en tu cuerpo; es tu cuerpo. Hay en tu cuerpo más razón que en tu más profunda sabiduría.
Para Nietzsche, los que desprecian el cuerpo son los cristianos, cuya moral lo dota de tanto ruido y suciedad que solamente les permite cohabitar con él [y en él] de forma conflictiva, contradictoria y, cuando transgrede las normas, de manera pecaminosa.
Algunos seguramente pensamos que la represión del cuerpo ha terminado ya, que nuestra relación con él ha llegado por fin a una fase de autorreconocimiento y de cohabitación más o menos dichosa. Es cierto que en cuanto a la interiorización del placer y del disfrute que podemos experimentar y vivir a través de nuestros cuerpos, lo que nos apretaba está más suelto; pero a decir verdad, es solamente eso, más suelto, es decir, que el collar de nuestra correa nos viene más holgado, que nos aprieta menos, pero el collar sigue ahí, aquí, sujetado a las viejas estructuras judeo-cristianas que siguen latentes en nuestra sociedad, estructuras que de alguna manera habrían heredado los discursos científicos actuales que normalizan y oficializan una sexualidad "normal", al tiempo que ubican en la marginalidad otras muchas sexualidades que el Poder ha clasificado bajo muy diversos nombres, todos ellos entroncados en el denominador común que se cataloga como "perversiones" [pero este no es el tema].
Lo interesante de las reflexiones nietzschianas relacionadas con el cuerpo es que también incluyen la experiencia antagónica al placer, esto es, el dolor. En este punto, la correa sigue apretándonos con la misma [o quizás mayor] intensidad. La diferencia entre la época de Nietzche y la nuestra es que el collar ha cambiado de dueño; y si antes la humanidad estaba sometida al discurso cristiano, ahora lo está al discurso científico*.
*Para evitar malentendidos y juicios y prejuicios de valor, quien escribe se declara ateo en asuntos religiosos y agnóstico en temas científicos.
Para la Ciencia [sobre todo en lo concerniente al discurso médico] tampoco somos dueños de nuestro cuerpo, e igual que lo que se ha dicho más arriba de la imposición cristiana sobre la interiorización del propio cuerpo, vale decir aquí sobre la Ciencia cuando nos ofrece [a partir de sus discursos] una relación donde las únicas relaciones con nuestro cuerpo son el conflicto, la contradicción, etcétera, términos todos ellos que pueden agruparse bajo una misma acotación, la enfermedad.
De esta manera la enfermedad es experimentada como un mal que viene de afuera, que no nos pertenece, y que se ha alojado en un soporte vital, nuestro cuerpo, que tampoco nos termina de parecer el nuestro, y mucho menos en esos momentos en que la enfermedad florece y se desarrolla. Sin embargo, sí que es nuestro [a todas horas] el discurso del poder, ese discurso que nos separa del cuerpo, ese discurso que asume la enfermedad como una cosa ajena, que no nos pertenece, y cuya presencia, evidentemente, ha de ser combatida con todo tipo de armas químicas de destrucción masiva. Nuestro cuerpo se convierte así en el lugar donde dos entidades extranjeras [la enfermedad y su combatiente] luchan en una guerra que, claro, tampoco hacemos nuestra.
Nietzsche avisaba del peligro de sustituir al dios recién muerto [o matado] por otros dioses igualmente falsos [que son aquellos que coartan la libertad entendida en términos de naturaleza y vitalismo]. Y la cosa en este sentido apunta a que nos hemos dejado embaucar por el discurso científico, por su brazo armado [la industria farmacéutica] y por sus atajos exhibidos y puestos a la venta por sus brazos mediáticos**.
** Recuerde el lector el contenido de *.
La religión estigmatiza[ba] el placer [del cuerpo] a través del uso político del pecado, mientras que la ciencia estigmatiza el dolor [del cuerpo] a través del uso político de la enfermedad. Y desde esta posición negadora del cuerpo, la Ciencia es la heredera natural de la religión***.
*** Recuerde el lector el contenido de * y añada lo que sigue a continuación. No se está defendiendo aquí que, tal y como están las cosas, uno se adueñe de su cuerpo a través de la experiencia vivida del dolor. Quien escribe también se droga con química para mitigar los dolores [ajenos] que aquejan su cuerpo [que no le pertenece]. Quien escribe no es sadomasoquista. Quien escribe está a favor de los cuidados paliativos y del trabajo que ejercen las unidades médicas [pro-científicas] del dolor.
Porque si nuestro cuerpo no fuera ese infierno donde el discurso contemporáneo le ubica..., si nuestros cuerpos realmente nos pertenecieran..., si el lenguaje y las interpretaciones que el poder nos ha inoculado dentro [y que, curiosamente, sí nos pertenece] fueran otros..., y pudiéramos asumir la enfermedad como un proceso interno, o como un acto de comunicación interno, o como, simplemente, la manifestación de una fricción más..., el dolor y todos los significados [ideológicos] volcados sobre él serían otros y, en conclusión, eso que llamamos enfermedad sería otra cosa bien distinta.
Llevamos dos mil años de moral judeo-cristiana encima, una moral [no olvidemos] cuyo eje de rotación es la idea del mal como un algo ajeno contra el que hay que combatir. Y el arrastre de este lastre es evidente, todavía hoy.
¿Tú qué dices, Nietzsche?